El pianista, la barca, el despertar y Chopin

«Hay una historia sobre un pianista que ilustra muy bien la importancia de descubrir que “no-hay-nadie-en-casa”. Un famoso concertista de piano vivía en una hermosa casa de campo frente a un río. Cada domingo por la mañana, al amanecer, tomaba su pequeña barca y bajaba al río para escapar unas horas de los agobios cotidianos. Dejaba que su barca flotara río abajo, y al rato la anclaba en medio de la corriente. De modo que estaba allí sentado, en su pequeña barca, a primera hora de la mañana. No había nadie alrededor. Miraba fijamente la superficie del agua, disfrutando de la paz y del silencio, de estar en la naturaleza sin necesidad de más. Mientras estaba allí, pacíficamente sentado, no podía dejar de preguntarse por qué los seres humanos tenemos siempre tantos problemas entre nosotros. Oyendo los sonidos de los pájaros, mirando los colores del sol reflejados en el agua, consideraba lo duro y lo difícil de entender que es que haya tantos problemas en el mundo. Se preguntaba por qué siempre estamos enfrentándonos con nuestros amigos y vecinos.

De repente, sus pensamientos se vieron alterados por algo que golpeó su barca por detrás. Sorprendido y enfadado, se dio la vuelta maldiciendo. Entonces, en un momento intemporal, se dio cuenta de que la barca que le había golpeado estaba vacía. Estaba gritando a… nadie. Comprendió que su barca había chocado con otra barca arrastrada por la corriente. Su enfado desapareció inmediatamente, y se sintió absorbido en una quietud total que descendía a su alrededor. En la Unidad con todas las cosas y con cada una de ellas… todo está envuelto en un amor omniabarcante.

Posteriormente reparó en que esta colisión era una metáfora de los problemas filosóficos en los que había estado pensando. Todas esas personas con las que creemos tener problemas son como barcas vacías. No hay capitán en sus botes. No pueden evitar hacer lo que hacen. ¡Qué descubrimiento tan sorprendente! Cada persona de este planeta está hipnotizada por la creencia ampliamente extendida de que todos somos individuos separados, cada uno viviendo en un cuerpo diferente que camina por la superficie del mismo planeta. Esto es lo que todos creemos porque imaginamos que “tenemos” un capitán en nuestra barca. Todos decimos: “hay un capitán en mi cabeza que tiene libre albedrío y puede elegir”, y entonces concluimos: “todos los demás cuerpos que veo caminando a mi alrededor se parecen a mí, de modo que también deben de tener un capitán”. Todos nos dejamos hipnotizar por esta creencia porque parece muy real.

Ahora nuestro héroe empezó a verlo todo con claridad meridiana. Su propio bote también iba flotando por el río sin capitán, simplemente siguiendo la corriente que le llevaba en una determinada dirección. En otras palabras, vio que “su” cuerpo, en el que siempre había creído vivir, era una caja vacía, como una radio en la que suena una música de piano ¡pero no hay ningún pianista dentro! Ahora se daba cuenta de que “¡no hay nadie viviendo en este cuerpo, no hay nadie en casa!”. Mi barca no tiene capitán y las demás tampoco. El capitán sólo es una apariencia. Este reconocimiento también fue el fin de su búsqueda espiritual. El pianista tuvo que sentarse un momento para integrar las consecuencias de lo ocurrido.

Después de estar un rato sentado, empezó a tener hambre. Su estómago le reclamaba que volviera al “mundo real”. El aroma de esa quietud seguía estando allí, como telón de fondo, pero “él” ya no estaba allí en el sentido habitual. Todo era sorprendente y muy normal al mismo tiempo. Volvió a casa, remando río arriba, para tomar el desayuno. Mientras bebía el café, pudo entender que cada cosa es como es. No hay bien ni mal, no hay ni pasado ni futuro ni ahora. ¿Cómo puede ser tan evidente, tan simple, y que, al mismo tiempo, nadie se dé cuenta de ello? El zumbido del frigorífico, el olor del café, el sabor de la mermelada… todo es una expresión de “Esto”. Se daba cuenta de que este Secreto Abierto está más allá de la comprensión común, y aunque le hubiese gustado compartirlo con todos sus amigos, no tenía palabras para expresárselo a nadie. Y si bien su vida cambió aquel domingo por la mañana y nunca volverá a ser la misma, nadie ha notado nada diferente en él. Sigue tocando el piano como antes».

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En el Todo no hay partes, y nuestra identidad egótica e individual es ficticia, una mera identificación errónea, una máscara que llevamos puesta en esta gran obra de teatro. Dicho en pocas palabras. Nuestra verdadera identidad es Conciencia, Presencia, o la Mente Única si queremos denominarlo así. Somos Todo y somos Nada a la vez. En realidad, y como bien escenifica este relato (no) «somos» Nadie, somos el Vacío*. Por supuesto, como somos todo también somos (como un disfraz que lleváramos puesto) ese personaje, «el capitán».

*L’infinit tot d’un cop   El infinito todo de un golpe
i el silenci absolut.   y el silencio absoluto.
Som el món sencer   Somos el mundo entero
i també el no-res.   y también la nada.
Tanca els ulls: som esperit.   Cierra los ojos: somos espíritu.
Obre els ulls: som el cos.   Abre los ojos: somos el cuerpo.
Som la llum del sol,   Somos la luz del sol,
de la nit la foscor.   de la noche la oscuridad.

(Lluís Llach, Com un Arbre Nu)

Este relato es el cuerpo de una entrada, titulada ¿Hay alguien ahí? en el blog Koans e historias de Iluminación. Al final de dicho relato se señala que esta historia pertenece a la obra Nadie en casa de Jan Kersschot.

Pero como muy bien me ha indicado Tao (a quien le he puesto un enlace a dicho relato) esta historia está claramente inspirada en un poema mucho más antiguo. Y así es, salta a la vista. Se trata del poema The Empty Boat (traducción al inglés, claro) del sabio taoísta Chuang Tzu o Zhuangzi, filósofo de la antigua China que vivió alrededor del siglo IV antes de Cristo. Se le considera el segundo pensador taoísta más importante, sólo por detrás de Lao-Tse (Lao Tzu Lao Zi). Aquí tenemos ese poema en inglés, en otro blog: The Empty Boat.

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El caso es que «sigue tocando el piano como antes» me ha hecho pensar en esa escena de Adrien Brody tocando el piano en la película El pianista. Ya, quizá el personaje que nos presenta dicho film no cuadraría demasiado con la anterior historia: abatido, demacrado, apesadumbrado, en condiciones de auténtica supervivencia. Con toda probabilidad un ser plenamente despierto no se dejaría abrumar ni influenciar por nada. Pero quién sabe. Ese pianista de la barca podría acabar sufriendo las terribles consecuencias de un conflicto bélico unos años más tarde… El hecho cierto es que la «extraña», curiosa y particular conexión se ha establecido en esta cabeza. El pensamiento ha saltado de una cosa a otra. Es lo que tiene (o lo que hace), ni más ni menos, el pensamiento.

Roman Polanski dirigió El pianista en el año 2002. Una película que está basada en el libro autobiográfico The Pianist de Władysław Szpilman, pianista y compositor polaco y judío y superviviente del Holocausto. Un film que se llevaría la Palma de Oro del Festival de Cannes en el 2002 y tres premios Oscar de entre las varias categorías a las que fue nominado: Mejor Director, Mejor Guión Adaptado y Mejor Actor Principal para Adrien Brody, que encarna a Szpilman. Además dos premios BAFTA al año siguiente, y unos cuantos galardones más.

La película arranca en el año 1939. Las tropas nazis invaden Polonia, y Władysław Szpilman es testigo del bombardeo de Varsovia mientras está tocando el piano en directo en un programa de radio. Las tropas alemanas y las tropas rusas invaden el país por diferentes frentes. Los nazis controlan una parte del país y los judíos pronto empezarán a ser discriminados.

Tras varias vicisitudes, entre ellas el traslado junto con su familia al campo de exterminio de Treblinka en 1942 (será separado de ese grupo por un amigo) llegamos a la escena que nos interesa y que es la reflejada en el siguiente vídeo: año 1944; Varsovia es completamente destruida. Tras esconderse en varios lugares, el pianista vaga por la ciudad en ruinas huyendo de los nazis y buscando refugio para guarecerse del crudo frío y víveres para sobrevivir. Así terminará en una amplia mansión deshabitada. Allí se esconde en el ático, pero acabará siendo descubierto por el oficial nazi Wilm Hosenfeld (interpretado por el actor Thomas Kretschmann). Hosenfeld le interroga y Szpilman le cuenta que es pianista. Ante esta explicación el oficial le hace tocar alguna pieza, y Szpilman interpreta la Balada número 1 en G menor, Op. 23 de Frédéric Chopin. Una extraña relación se establecerá entre los dos. El capitán Hosenfeld no le delata y le deja refugiarse en la casa, llevándole de tanto en tanto víveres.

Al final llegará la liberación por parte de las tropas rusas en 1945. Nuestro protagonista murió en el año 2000 con 88 años de edad, mientras que Hosenfeld, capturado por los soviéticos ese mismo año, murió en 1952, aún en cautiverio.

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Un film impresionante, que sin duda me estremeció. Una película cruda, realista, pero a la vez con un atisbo de belleza y esperanza, pues incluso a pesar del horror y la sinrazón de la guerra asoma un mínimo de humanidad y de compasión. Y por supuesto la voluntad y la fuerza para sobrevivir a todas las adversidades.

Chopin compuso sus cuatro Baladas entre los años 1831 y 1842. Son piezas de un solo movimiento pensadas para ser ejecutadas por un piano solista, y se encuentran entre las obras más bellas del compositor polaco. No se corresponden exactamente a la forma de sonata, sino que fueron sometidas a ligeras modificaciones. Las Baladas han influido en compositores tan importantes como Franz Liszt o Johannes Brahms.

La Ballade No. 1 in G minor, Op. 23 empezó a ser escrita en 1831 durante una estancia de ocho meses en Viena, y fue terminada en 1835 en París. Otro monstruo de la música, Robert Schumann, comentó en 1836 tras haber recibido una copia: «I received a new Ballade from Chopin. It seems to be a work closest to his genius (although not the most ingenious) and I told him that I like it best of all his compositions. After quite a lengthy silence he replied with emphasis».

Adrien Brody es Władysław Szpilman y Thomas Kretschmann es Wilm Hosenfeld. Chopin siempre es y será Chopin, y la escena es estremecedora y cargada de un significado profundo. Un rayo de luz en medio de la locura de la guerra…

Aquí tenemos a la pianista nacida en Ucrania Valentina Lisitsa. Lisitsa se ha «especializado» en los grandes compositores románticos, tales como Franz Liszt, Sergei Rachmaninoff, Beethoven o el propio Chopin. No es la primera vez que se la nombra en este blog, pues también ha interpretado y grabado obras de Philip Glass. Una interpretación de unos diez minutos…

Chopin, uno de mis compositores preferidos. La belleza, el romanticismo y la melancolía hechos música. Volveré —espero y supongo— en unas semanas, con cierta compositora y cantante de nuestros días…

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16 respuestas a El pianista, la barca, el despertar y Chopin

  1. evavill dijo:

    Una entrada de lo más completa y bonita enlazando espiritualidad, cine y música.
    Pero tengo una duda ( en realidad más de una), vale, no somos nadie pertenecemos al todo y todos somos lo mismo, pero nos pueden hacer daño y mucho. Mira lo que cuenta la película » El pianista» que, por cierto, es bellísima. Quiero decir que hay maldad en el mundo y que no basta con decir, » no me afecta porque no son nadie o porque ignoran lo que hacen».
    Me estoy liando para no variar, me suele pasar con estos temas y no te quiero estropear la entrada con mis desvaríos.
    Me quedo con la música de Chopin.
    Besos o namastebesos

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    • Planteas un tema que no es fácil ni menor, ni mucho menos. Es perfectamente comprensible la confusión, las dudas y el no saber, como de hecho experimentamos la mayoría de humanos al enfrentarnos a todo esto. Como dice el pianista del relato, estamos tan convencidos, tan hipnotizados de que somos una identidad individual, que es difícil darse cuenta de que no es así; difícil es incluso rebatirlo. Si te fijas y te acuerdas, lo que experimenta este pianista es básicamente lo que explicaba Adyashanti en aquella entrada sobre su despertar: la identidad y unión con toda la realidad.
      Intentaré explicarlo un poco, no es fácil. El «yo» en realidad no existe. Existe mentalmente y punto. No tiene esencia o existencia real. Es una etiqueta, un concepto, una idea. Nos formamos una imagen de nosotros mismos, y es falsa. Apoyada en que «tenemos» un cuerpo y una mente, una historia personal y una memoria para registrarlo todo. Pero la esfera mental o del pensamiento se mezcla y solapa con la realidad inmediata de cada instante, eso es obvio y no se nos escapa a ninguno. La realidad en toda su complejidad, pues cada cosa de la realidad tiene multitud de factores que la forman o le influyen (origen interdependiente) es perfectamente real. La realidad puede doler o herir, por supuesto. Por otro lado creo que lo que entendemos por maldad humana es una fuerza más de la naturaleza, en este caso constreñida a la condición de la especie humana. Tan fuerza de la naturaleza es un maremoto o un virus letal como una etnia exterminando a otra, como la inspiración para pintar, el deseo sexual o las ansias de venganza de alguien. Da igual, son fuerzas. La naturaleza no es buena ni mala, moral o inmoral por arrasar con un cataclismo. Pero si eliminamos cualquier noción de ego no habrá nadie a quien herir o lastimar. De la misma forma que si pretenden herirnos con desprecio o insultos tampoco habría nadie que pudiera sentirse ofendido o atacado. Suena raro, pero es así. La barca está vacía, de la parte del que hiere y de la parte de la supuesta víctima. Todo esto no le quita un ápice de realidad a las acciones malignas, estúpidas o dolorosas, no sé si me explico. Igual que un coche no tiene esencia de coche como tal, pues está compuesto de muchas piezas. Pero si te atropella te machaca. Nosotros también estamos compuestos: un cuerpo-mente, una memoria, etc. Lo que quiero decir es que no deberíamos personalizar, incluso si nos topamos con las peores desgracias.
      Podemos teorizar de que somos el Todo, que somos lo mismo, que somos Dios y Dios es ese Todo, que no hay partes (y creo en verdad que así es)… hace un tiempo Tao puso una fábula sobre un buscador espiritual y la historia del elefante. Yo la recuperé por ahí. Esto es para que veas que no hay tú, ni yo ni elefante, pero que la realidad es bien real…

      (…) La historia del discípulo vedanta al que su maestro le dice que todo es uno y que no hay diferencias, que tú eres yo y que yo soy tú. Y el discípulo sale por el camino y se encuentra con un elefante desbocado que va contra él. Y el conductor del elefante le dice que se aparte y el discípulo piensa: “Yo y el elefante somos la misma cosa, no tengo nada que temer”. Y no se aparta. Y el elefante le tritura.
      Y cuando se ha recuperado va a ver a su maestro vedanta y le dice: “Fíjate lo que me ha pasado por creer lo que me dijiste: yo sabía que el elefante era lo mismo que yo y no temí nada”. “Ya”, dice el maestro,”pero tú también eras el conductor del elefante y ¿es que no te oíste a ti mismo diciéndote que te apartaras?”.

      Claro, somos o tenemos un cuerpo y una mente. La cuestión es que «en el fondo» somos conciencia, más allá de estas identificaciones que insisto que son imágenes mentales. Pero esto no es fácil, ni de ver ni de comprender ni de comunicar.

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      • evavill dijo:

        No, nada fácil, pero se agradece el esfuerzo por hacerlo comprender.

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        • El mundo de las formas, de las apariencias, de los egos y de las personalidades… y por otro lado ese fondo de conciencia que subyace y que trasciende todo esto. Creo que esta bonita historieta también es ilustrativa y puede ser muy válida de adónde se quiere apuntar. Ojalá la leyeras y lo entendieras de golpe y porrazo, aplicado a los humanos. (Acuérdate de esas nubes que no tienen fecha de nacimiento). Allá va…
          «Dos olas, una pequeña y la otra grande, se desplazan por el mar. De repente, la ola más grande ve la tierra aproximándose y se inquieta. Grita a la ola más pequeña: “¡Oh, no! ¡Ahí delante las olas están rompiendo y deshaciéndose! ¡Vamos a morir!”. Pero, por algún motivo, la ola pequeña no se siente alterada. Entonces la ola grande trata de convencerla, sin resultado. Finalmente, la ola pequeña dice: “¿Qué dirías si te digo que hay ocho palabras, y que si realmente las comprendes y te las crees verás que no hay razón para temer?” La ola grande protesta, pero a medida que la tierra firme se aproxima se siente desesperada. Está dispuesta a probar cualquier cosa:”Vale, de acuerdo, dime las ocho palabras”. “Bien”, dice la ola pequeña. “Tú no eres la ola, eres el agua”».

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  2. Confieso que no he entendido muy bien la reflexión, lo que por otro lado confirmaría la historia. Digamos que tú serías el concertista que abre la mente y lo ve claro (me lo he imaginado como ese momento en clase de mates que miras las ecuaciones de la pizarra y de repente lo entiendes) y yo sería el pensamiento común.
    No he visto El pianista, pero he oído hablar mucho y muy bien de esa película. Tampoco he leído el libro.
    Las interpretaciones de Chopin, para poner los pelos de punta, sobre todo la segunda. Me ha hipnotizado un buen rato…

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    • Es que este tema no es nada fácil. De hecho esta búsqueda de la verdad o el intento de alcanzar un despertar espiritual, de saber qué y quién somos es una constante en la historia de la humanidad. Por algo será, así que no es mera paranoia, alucinación o palabrería. Todo lo que le acabo de comentar a Evavill vale como intento de explicación. Ese despertar consistiría en comprender que nuestro verdadero ser es Conciencia, es el Todo. Y esto trasciende nuestra identidad habitual, individual, o mejor dicho, es tan evidente, fácil e inmediato que casi todos lo pasamos por alto. Además la palabra «trasciende» no sé si es muy adecuada: es una muestra de que el pensamiento y los conceptos son insuficientes para explicar todo esto. Somos ese fondo de conciencia. Hace unos días tropecé con una reflexión de un maestro budista, no recuerdo quién. Venía a decirle a su interlocutor: «Si tú o yo pensamos A, B o C entonces nos convertimos en Pepito, Luís o María. Pero si no pensamos nada entonces somos la Mente del Buda». «Si no pensamos nada» implica obviamente quedarse en silencio, en la mera observación, atención a la realidad inmediata. Implica que no nos formamos una imagen de nosotros mismos en ese momento. Cero imagen, cero identidad individual, En ese momento estamos inmersos en la realidad. De hecho siempre lo estamos, je, je. La diferencia es dejar fuera todo parloteo mental, pensamiento, razonamiento. Fíjate que el «yo» es una construcción mental que estamos llevando a cabo y apuntalando minuto a minuto, instante a instante. Como decía, tenemos un cuerpo, una mente, un cerebro, estamos pensando y percibiendo, sintiendo… es un conglomerado de infinitas cosas. Y encima tenemos una memoria, que no para de grabarlo todo y construye una autobiografía bien creíble de ese cuerpo-mente. ¡A ver quién rebate todo esto! Lo que quiero decir es que si conseguimos arrojar por la borda todo ese bagaje o carga mental lo que queda es una Conciencia observando la realidad. Incluso iré más lejos: en realidad observándose a Sí Misma, pues es todo lo que hay. Y si no lo arrojamos por la borda, sí verlo claro a base de serenidad, o meditar, o en un golpe de lucidez o de «despertar súbito», pues esto también se da. Esto es un pequeño intento de aproximarse a esto. El Secreto Abierto, me ha gustado cómo lo llamaban.
      En cuanto a Chopin, su música es bellísima, evocadora, una pasada de sensibilidad.

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  3. Raúl dijo:

    Gran película «El Pianista. A mí también me gusta mucho Chopin, ahora mismo me estoy acordando de mi disco de Maria João Pires con temas de este compositor, quien por cierto vivió en Mallorca, en un lugar maravilloso: la Cartuja de Valldemosa. Valentina Lisitsa te deja hipnotizado, ¡qué manera de mover los dedos, qué elegancia y qué energía cuando es necesario! El tema de la conciencia colectiva, y la existencia o inexistencia de la individualidad, es recurrente en la literatura de ciencia-ficción, está especialmente bien tratado en la novela de Bob Shaw «El Palacio de la Eternidad» o en la maravillosa «Hacedor de Estrellas», de Olaf Stapledon, dos novelas con cierta carga filosófica que, además de entretenidas, ayudan a pensar. Saludos.

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    • Sí, sabía lo de La Cartuja y Chopin. Estuvo allí con la escritora George Sand, con quien creo que mantuvo una relación sentimental. Solo un invierno, yo creí que habían pasado más tiempo. Es que recuerdo que cuando hice BUP tuvimos en segundo la asignatura de música clásica. Jamás me olvidaré, me gustó mucho y ahí nació mi interés por este género. Y nos contaron lo de Chopin, entre otras cosas. Después hice un trabajo sobre Brahms, leyéndome un libro. Brahms, solterón empedernido, estaba perdidamente enamorado de la mujer de Schumann, Clara Wieck. En fin, esas historias que siempre se recuerdan.
      Conciencia colectiva… bien, es otra forma de definirlo, no mi preferida, jajaja. Es otra vertiente. Sí, mi convicción, y lo que muchos explican, es que la verdadera naturaleza de la Conciencia es impersonal, y a la vez transpersonal, trasciende la personalidad individual.Y obviamente toma la «forma» de la individualidad, aunque sea una construcción mental poco creíble, el ego, a mi entender. Por otra parte, se puede argüir que como especie también tenemos una conciencia, por qué no. Es un tema apasionante.
      Pues muchas gracias por esas dos referencias. No las conocía y me las apunto. En cuanto a Chopin, ciertamente lo han versionado muchos artistas. Uno de los más célebres fue Vladimir Ashkenazy. Arthur Rubinstein, Claudio Arrau… en fin, hay unos cuantos.

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    • Va, un pequeño secreto: tengo que publicar sobre otra pianista que… ¡¡buff!! La ves y te quedas a-lu-ci-nan-do. A ver si me animo, merece la pena.

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  4. Muy buena entrada, me alucina cómo mezclas filosofia, espiritualidad, música y cine. Bravo.
    En cuanto a la enseñanza que subyace detrás de todo, estoy de acuerdo, por experiencia propia. Sólo puedo expresarlo con mis poemas, porque entrar con la mente y la razón, se hace arduo y puede interpretarse de mil formas. Yo siento que es así. En cuanto a cómo explicar el sufrimiento, por lo que vemos cada dia, de mil formas diferentes en todo el mundo, es parte del proyecto de estar vivo. Entenderlo no ayuda mucho, la verdad. Tenemos carne y sangre, luego no nos queda otra que sufrir/disfrutar. Y morir. Para mí vivir es pasar de una cosa a la otra, de la mejor manera que uno pueda. Un abrazo!

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    • Muchas gracias, Eva. Qué bien lo resumes y sintetizas, en el fondo…
      «Entrar con la mente y la razón, se hace arduo y puede interpretarse de mil formas».
      «Tenemos carne y sangre, luego no nos queda otra que sufrir/disfrutar. Y morir».
      Mente y razón son instrumentos, pero muy limitados en el fondo. A pesar de todo a la mente le queda un rastro de esas experiencias de despertar. Es lo que en espiritualidad se llama el síndrome de «lo tuve, lo perdí». Compulsivamente, queremos repetirlo. Al menos a mí me pasa. ¿Por qué? Porque la mente compulsiva siempre está grabando y registrando toda experiencia, incluso las inefables (solo las huele, ja ja). El meollo es dejar de intentar registrar. Fuera imágenes de la cabeza, saltar al ahora. Nos vivimos y vemos a través del filtro de las imágenes, la mente y el pensamiento, como te he comentado en tu entrada. Y eso es un fallo a enmendar.
      Un abrazo.

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  5. lrotula dijo:

    No me siento nada cómodo con tantas afirmaciones tan contradictorias. Me cuesta seguir el hilo de una afirmación y su contraria en una misma frase, de hecho siempre te suelo leer dos veces.
    De cualquier manera un placer volver a verte por aquí.
    La propuesta musical, preciosa. Agradezco mucho los consejos para la escucha de música clásica y como tal tomo tu propuesta sobre Chopin. Cuanta intensidad solo con un piano.
    Valentina que bueno. Voy a hacer lo que propongo en mis entradas sobre un tema. Lo pienso repetir y será la música que me llevará a la cama.

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    • Mmmm… ahora soy yo el que se pierde con tu observación sobre las frases contradictorias. ¿Te estás refiriendo en todo caso a todo ese rollo espiritual y trascendencia del ego? Pregunto, no sé. Si es así, tranquilo, no tienes por qué estar de acuerdo. La historia del pianista y la barca me pareció muy bonita… y acertada. Piensa que «parezca lo que parezca que somos» o «seamos lo que seamos» no quita que podamos ser a la vez otras cosas, o que seamos en verdad otra cosa. Pero ya digo, puedes discrepar o no hacer mucho caso. Yo… no me fío ni del cerebro ni de la mente (el pensamiento racional) con sus ilusiones.
      Gracias por esas palabras de ánimo. Desde luego Valentina es tremenda tocando, y las composiciones de Chopin también lo son. La desnudez de un piano siempre será hipnotizante. Ese hombre sabía retratar la melancolía y la sensibilidad en unas notas, un genio.

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      • lrotula dijo:

        Estoy disfrutando mi segunda y ultima escucha.
        Pues me cuesta seguir el hilo de argumentaciones del tipo de ser el todo y la nada al mismo tiempo.
        Pero ojo no es por rechazo, ni por no compartir sino mas bien por dificultad de seguir esos razonamientos, diría yo en espiral.

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        • Bueno, si no es por rechazo me alegro, aunque estarías en tu perfectísimo derecho. Esas argumentaciones… pues creo que la clave es que el pensamiento conceptual siempre es limitado, y además bastante dual (blanco-negro, A o B). Te pondré dos ejemplos. Uno, la física cuántica ya ha demostrado que la luz es a la vez partícula y onda. ¿Cómo se explica? O un famoso experimento demostró que un fotón pasaba a la vez por la rendija A y la B. ¿Cómo se explica? ¿No será el pensamiento racional, el que no entiende como debe ser la realidad?
          Ejemplo dos… esto es para que pienses en la dicotomía sujeto-objeto. Y también de rebote en la dicotomía dentro-fuera. Vale, parecería muy claro que hay un sujeto interior frente al mundo, los objetos de ahí fuera. Hay como una frontera invisible. Vale. Pensemos en la respiración. Por tus pulmones entra aire. Indispensable para vivir. Lo inhalas, y entonces las moléculas de oxígeno van a parar a la sangre, a los glóbulos rojos. Vale. ¿Para ti está muy claro en qué momento ese oxígeno es «un objeto exterior» que no forma parte de ti y en qué momento se integra a tu cuerpo y tu sangre y ya pasa a ser parte de ti? Para mí no está nada claro. Cuando viaja por las arterias… ¿es un objeto, o ya es sujeto, tú mismo? Aplica el mismo razonamiento a los alimentos que van a tu estómago y que acabarán en tu sangre y formando parte de ti. ¿Son objetos exteriores o no? ¿Una manzana masticada, una tortilla comida hace media hora y que está en tu estómago, aún no digerida? ¿Qué? ¿Es tortilla, es tu yo, está a medio camino? Lo mismo con el CO2 que expulsamos… ¿es un objeto exterior cuando lo exhalamos, ya no es parte de nosotros, no es nuestro yo porque ya es un desecho? Pero todo esto ocurre muy rápido, miles de veces cada hora. ¿Existe una frontera clara entre el sujeto (lo que pasa es que nos identificamos con un cuerpo y creemos que la piel es esa frontera) y los objetos exteriores? Y esos «objetos» pueden ser incluso el oxígeno y los alimentos, pues entran como algo ajeno y se incorporan. No es para comerte el coco, es para que reflexiones en todo esto con calma. Y lo mismo que esa dicotomía sujeto-objeto, o dentro-fuera para mí no se sostiene, a otro nivel lo mismo pasa con el todo-nada. Nuestra verdadera naturaleza, la inteligencia, es vacío, solo así puede abrazarlo todo. Aunque suene increíble. Bueno, perdona la comida de coco. Es con la mejor de las intenciones para que pienses. Y para dejar claro que el pensamiento racional es una verdadera caquita.

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